Quiero dedicar un artículo, dentro de la serie La gestión del conocimiento, a la influencia de la inteligencia colectiva en la economía. La conclusión de este artículo la adelanto ya mismo, la he expresado otras veces aquí: el único capital del ser humano es la inteligencia, ni los recursos naturales ni el poder militar sirven de nada a largo plazo si no hay inteligencia.
Voy a poner varios ejemplos de sociedades que han prosperado o se han empobrecido según la gestión que han hecho de su inteligencia colectiva.
El primer ejemplo que voy a poner es Martilandrán y los otros pueblecitos de Las Hurdes. Estuve allí este verano, después de oir la típica opinión progre sobre su actual desarrollo y la superación de aquel pasado oscuro que había retratado Buñuel. Se supone que ahora hay allí segundas residencias y turismo rural entre unas preciosas montañas verdes. Esto no es exactamente lo que me encontré, en Las Hurdes sigo viendo la huella de la poca inteligencia y la selección a la inversa, sigue habiendo más basura de la necesaria en unos contenedores colmados de bolsas y rodeados de moscas en pleno verano, sigue habiendo casas con las paredes sin lucir y viejos que sacan una silla a la calle y luego se olvidan de volverla a meter. Hay algunos grupos de moteros que suben hasta allí aprovechando el buen asfalto de la carretera e incluso se paran a comer en algún bar-restaurante no muy lujoso. Pasé, además de por Martilandrán, por Nuñomoral, Fragosa y El Gasco.
No fui a buscar a Buñuel, aunque la película la había visto. El viaje realmente fue a Salamanca y al circo de Gredos, pero quise pasarme por uno de los últimos rincones de España que aún no conocía.
Buñuel visitó Las Hurdes en 1932 y lo primero que le sorprendió fue la ausencia de cultura ("en los pueblos de Las Hurdes nunca hemos escuchado una canción"). Los arroyuelos que bajaban de la montaña se usaban a modo de calles para alcanzar las viviendas de la parte más elevada de las aldeas, y también como única fuente de agua. Los arroyuelos tenían un lecho cenagoso con excrementos de algunos cerdos que criaban sueltos. Los niños se agachaban y bebían directamente del chorrito.
Cuando tituló Buñuel el documental como "tierra sin pan", lo hizo sin exagerar, en Las Hurdes no se cultivaba el cereal, sólo se producían patatas y alubias, aunque a épocas se pasaba hambre. Los más afortunados tenían un cerdo, que se sacrificaba una vez al año y se devoraba en tres días. En Martilandrán, Buñuel se encontró a la mayoría de los habitantes enfermos de bocio por falta de yodo en la dieta. Había también muchos enfermos de malaria por picaduras de mosquitos, con fiebre y temblores y sin ningún tratamiento.
La endogamia había creado también un gran número de enanos y cretinos, que eran criados sueltos como animales, sólo les dejaban volver a las aldeas al anochecer para alimentarse y dormir. No los lavaban nunca ni les cambiaban la ropa. Muchos eran producto de relaciones incestuosas.
Los hurdanos dormían siempre apiñados en un mismo lecho sin quitarse la ropa. La higiene era apenas nula, se lavaban un poco la cara en el arroyuelo con la mano. Hasta que la ropa no se caía a jirones no la cambiaban.
El hombre de Las Hurdes no tenía ningún sentido reivindicativo ni de asociación, ni tan siquiera supieron desplazarse a las ciudades a pedir ayuda.
Es obvio que Las Hurdes están mejor hoy, porque todos estamos mejor, pero el lugar sigue estando mucho más atrasado que el resto de España, no ha habido redención de Buñuel a hoy. Una vez que la inteligencia escapa, la decadencia no tiene remedio. Lo poco bueno se marchó y se puso a producir en Madrid o Barcelona.
El problema es cuando Las Hurdes es el país entero, cuando no hay un liderazgo y otras potencias que sí que saben crear y retener la inteligencia aprenden a parasitar su mano de obra y llevarse sus recursos naturales.
Algo muy diferente ocurrió en Palo Alto, California. En esos mismos años 30, el pueblecito de Palo Alto sólo tenía unos pocos miles de habitantes y una fábrica de conservas. Pero tenía también cerca la universidad de Stanford, en la que se fue acumulando mucho conocimiento científico creado por varios proyectos de investigación. Era un conocimiento muy caro de producir y sin una utilidad directa. A partir de 1939, el profesor Frederik Terman, que luego llegó a ser decano de la facultad de ingeniería e incluso rector de toda la universidad, decidió apoyar financieramente, incluso cediendo suelo de la universidad, a pequeñas empresas creadas por algunos ex estudiantes. De ahí, surgieron Varian Associates, Hewlett-Packard, Eastman Kodak, General Electric o Lockheed Corporation. Con los años, se fueron sumando Intel, Apple, Google y Nvidia, entre otras.
Podía Terman haber sido un profesor español y haber creado un círculo endogámico con muchachas dóciles, filtrando ideológicamente a favor de un partido que luego le devolviese los favores, explotando a los becarios con pagas miseriosas, y ahora en Palo Alto a lo mejor se podría mantener la fábrica de conservas, o tal vez estuviese siendo deslocalizada a Asia y habría varios piquetes con pancartas y chalecos amarillos pidiendo trabajo.
¿Por qué Palo Alto, Cupertino o San José siguieron el camino contrario a Las Hurdes? Siempre se ha hablado de grandes genios, como pide la mitología anglosajona, William Shockley, Bob Noyce, Denis Ritchie, Ken Thompson, Jobs y Wozniak. No lo dudo, pero el mismo Jobs siempre insistió en que Apple no hubiese salido adelante sin la inteligencia de los primeros empleados, que aprendieron a programar cuando nadie sabía programar y que pudieron hacer realidad sus ideas. Tampoco hay que desdeñar la importancia de los early adopters, que al final fueron los que crearon el mercado. Se acumuló inteligencia en un lugar en un nivel de masa crítica. Cuando hablo de inteligencia, me refiero a toda la inteligencia, a la actitud, la intuición, la convicción, no sólo el cálculo numérico.
En la primavera de 2015 estuve dos semanas en Brasil, en la zona de Salvador de Bahía. Estuve primero en un pueblecito turístico llamado Praia do Forte, luego en un complejo hotelero de Guarajuba e incluso tres días en una ciudad del interior llamada Feira de Santana.
Llegué al aeropuerto un sábado ya de noche. Me esperaba un tío al que había contratado desde España para darme un coche de alquiler. Tenía que conducir unos cien kilómetros hacia el norte hasta el hotel. Cuando me lancé a la jungla asfáltica, comenzaron a adelantarme unas motocicletas de 125 c.c. por la derecha y la izquierda, cruzándose sin respetar ninguna preferencia. La mayoría eran maleantes que veían de atracar, a algunos de ellos más adelante los paró la policía y les estuvo pidiendo papeles. Cuando por fin encontré la autopista, en el peaje me dijeron que no aceptaban los pagos con tarjeta y que debía conseguir reales en efectivo. Me abrieron la cadena, di la vuelta y me volví a meter en la ciudad a buscar un cajero. No me costó excesivamente encontrarlo, obviamente pagando comisión, al lado de unos locales con un grupo de jóvenes en la puerta en plena euforia y borrachera, incluso una muchacha muy jovencita se me acercó a invitarme a bailar. Durante el viaje por la autopista, me encontré en el carril izquierdo un camión aparentemente parado, con las luces traseras apagadas. Me quedé parado durante unos segundos detrás de él, pero como pensé que estaba realizando alguna tarea de mantenimiento, intenté rebasarlo por la derecha y un policía me apuntó con una pistola mientras me gritaba. Me dijo luego, cuando le enseñé mi pasaporte, que allí había habido varios muertos. Los muertos muy probablemente fueran personas que intentaron cruzar a oscuras, porque durante el resto del viaje me encontré con esa situación varias veces.
En Praia do Forte había una industria turística no desdeñable, aunque también se hacía la vida tradicional afrobrasileña. Había varias urbanizaciones cerradas muy vigiladas con casas lujosas, propiedad de gente blanca, pienso que mayormente alemana. Yo me quedé en una especie de pensión que allí llaman pousada, más bien sucia, con una matriarca negra malcarada. La población de Praia do Forte no trabajaba o lo hacía lo mínimo, algunos pasaban el día en su porche escuchando musiquita marchosa en un viejo transistor, otros se juntaban en un bajo a ver una pequeña televisión, otros acudían a la plaza y se sentaban en el suelo. El que más trabajaba era uno que pescaba de pie a unos cien metros de la orilla, en unos arrecifes, y luego iba en una bicicleta a entregar el pescado a los restaurantes. Las mujeres eran las que trabajaban más, llevando la casa y sirviendo en algún establecimiento. La mayor parte de los negocios de allí habían sido montados por blancos de las ciudades. Pienso que toda la propiedad de la tierra, excepto las pequeñas viviendas de la población nativa, estaba en manos de empresarios de fuera.
Luego pasé a una inmensa urbanización de Guarajuba, unos 10 km. más al norte. Más que una urbanización, era como un término municipal privado, con vigilancia muy peliculera, de unos tíos armados hasta los dientes, con pistolón al cinto, unos fusiles largos y una especie de metralletas. Dentro de aquel complejo había varias urbanizaciones. La que yo escogí daba a la playa y tenía unas casetas de vigilancia en la orilla.
Todo en aquellos pueblos se hacía con sonrisas y buenas maneras: la privatización de los recursos naturales, la explotación laboral, el abuso de la fuerza y de las armas, la desatención de la educación de la población nativa.
Durante tres días, pasé al Brasil real, el Brasil sin turismo en el interior. Viajé desde Guarajuba a una ciudad llamada Feira de Santana.
Ya para el viaje, tenía dos opciones: perder dos horas en los atascos de Salvador de Bahía y luego subir por una autovía saturada o intentar usar una carretera más directa conocida por ser territorio sin ley, lugar de asaltos y asesinatos impunes a plena luz del día. La carretera maldita era la BA-524, que bordeaba las afueras de Camaçari, y yo decidí adentrarme. Lo primero que encontré, en una de las primeras poblaciones no turísticas, fue a un grupo de adolescentes que succionaba con una bomba manual el gasoil del depósito de los camiones que paraban en los semáforos. Los conductores de los camiones parecían estar al tanto, por la cara que ponían, pero se conoce que tenían órdenes de no bajarse del camión. Luego, ya en el campo, me encontré con unos socavones que me obligaron a parar el coche y a unos niños sin camiseta levantando el asfalto con unas palancas de hierro. Cuando pasé muy despacio me estuvieron pidiendo dinero porque se suponía que lo estaban reparando. Creo que no les cortaban ni el pelo, sin duda estaban sin escolarizar. El tramo más deshabitado hasta la autovía 324 tenía un socavón tras otro, obligaba a coches, camiones y autobuses a ir haciendo eses. Si hubiese sido una pista de grava, habríamos ido más rápido. Allí se supone que, si llevas armas, puedes matar sin grandes posibilidades de que te vayan a pillar, el policía más cercano está a dos horas de camino y la investigación que hará será muy breve. En un momento en el que paré en la cuneta, vi a tres o cuatro individuos a una distancia de 200 metros entre la maleza que se pusieron visiblemente nerviosos. No sé qué hacían allí.
Feira de Santana es una ciudad cerrada al exterior, la mayor parte de sus casi 800.000 habitantes nunca ha salido de allí. Existe una vida diurna y una vida nocturna. La vida diurna es ruidosa y con atascos, con mendigos e individuos sucios y famélicos que deambulan sin un destino claro. Hay también un mercadillo con productos robados, suele la gente acercarse por allí a comprar su propio móvil después de que se lo hayan robado. La vida nocturna es más silenciosa, la ley desaparece y gobiernan las mafias. Ahí es cuando matan a tres o cuatro cada noche, para llegar a los mil asesinatos al año, que según su población sitúa la tasa en el doble que en Medellín.
Hay en Feira de Santana algunos "oasis" que representan el primer mundo. Son los lugares de los que han viajado por trabajo o habitan las urbanizaciones con vigilancia armada. Hay un centro comercial y algún hotel que son remansos de paz y buen servicio, a los que no dejan acceder a los negros y mulatos sucios o descamisados.
Otro país que he conocido en su vida diaria ha sido Alemania. En los años 2004 y 2005 hice allí tres viajes, de unos quince días cada uno. La zona en la que estuve fue el llamado Ruhrgebiet, en el estado de Renania del Norte-Westfalia. Es la zona que los renanos industrializaron primeramente en el siglo XIX, desde donde se lideró la II Revolución Industrial.
Lo primero que noté fue que allí se vive en silencio. Con un PIB per capita de $70.000, un 40% superior al de España, no hay una saturación de las calles, ni problema alguno de vivienda, ni atascos de ningún tipo. Estoy hablando de la localidad de Dorsten, en el distrito de Recklinghausen, que tiene unos 76.000 habitantes.
El urbanismo es más disperso, los edificios rara vez superan las dos alturas, hay una red de calles peatonales, otra de carriles bici, otra de tranvías y otra de tráfico rodado. No existen los carriles bici que de repente se cortan y obligan a las bicicletas a circular con los coches. Muchas veces el carril bici tiene pequeños túneles para pasar por debajo de alguna calle o carretera. El desplazamiento en bicicleta es totalmente eficiente y hay aparcamientos para bicicletas en la mayor parte de calles, incluso en las estaciones de tranvía. Usé también los autobuses y funcionaban sin retraso, llegaban en el minuto previsto. Pero tampoco se desprecia a los coches, hay también aparcamientos gratuitos en los lugares estratégicos.
Los alemanes reciclan la basura y todas las calles están limpias. La naturaleza es muy respetada y existen arboledas de más de 300 años. Hay muchas zonas verdes, la gente sale a pasear y se tumba en la hierba a leer un libro. También van al pub a tomar cerveza.
Los polígonos industriales son de tamaño moderado y no se ven, están fuera de las vías más frecuentadas. Tampoco en esos polígonos se oía mucho ruido.
Un lugar que me gustaba visitar era la piscina climatizada, que tenía tamaño olímpico. Antes de ir a trabajar, muchos se pasaban por allí y nadaban un poco. Por los cristales del pabellón podía verse fuera la lluvia o la nieve.
A partir de las nueve de la noche, el silencio es sepulcral, la gente está recogida en su casa, incluso en verano. Allí, leen libros, ven la televisión, buscan en internet e intentan formarse y aprender.
Existe en Alemania el tipo de tonto iletrado que sólo vale para trabajos simples, pero no es muy numeroso y no intenta arreglar el país ladrando en un bar o desfilando con pancartas, tiene una cierta modestia y es consciente del dinero que cuesta a los demás. El estado gasta en educación el 4-5% de su PIB, tradicionalmente allí la universidad ha sido gratuita, ha habido centros universitarios más bien pequeños diseminados por el territorio. Son también muy numerosas las escuelas para adultos, a las que acude gente de todas las edades después de su trabajo. La formación profesional está también muy desarrollada. Se intenta que todo el mundo tenga la mejor cualificación posible.
El sistema sanitario funciona de manera distinta al español. En lugar de ir diciendo que tienen el mejor sistema sanitario del mundo con un "todo gratis" con lista de espera de un año, lo que prestan es una especie de seguro de reembolso, por el que el usuario elige al especialista que más le conviene y luego pasa la factura a la seguridad social, con un copago de unos 15€. Hay también médicos y especialistas completamente públicos. No conocí cómo funcionan las cirugías, pero estoy seguro de que las listas de espera son mucho menores.
En cuanto a la vivienda, el mercado de alquiler es muy grande, aproximadamente la mitad de las personas viven de alquiler. Los alquileres son sin amueblar casi siempre y las viviendas pertenecen normalmente a fondos de inversión especializados. El inversor particular que acumula un piso y luego otro piso y luego otro piso no es lo más frecuente allí. El mercado de alquiler vacacional, obviamente, es casi inexistente. Sí que se han formado pequeñas burbujas inmobiliarias a lo largo del tiempo, pero ninguna ni remotamente parecida a las españolas. El trabajador cualificado tiende a colocar su ahorro en bonos soberanos o fondos mixtos. Es cierto que la pericia especulativa del ciudadano medio es muy baja.
Una cosa que destaca en Alemania es el respeto que se tiene por los jóvenes. No se tolera que se les explote como becarios eternos o encadenando contratos temporales, sus sueldos son aceptables desde el principio. En general, aunque esto no se quiera reconocer a nivel público, se intenta contratar a jóvenes del país antes que inmigrantes. Las empresas tienen planes de formación para mejorar la cualificación de sus perfiles más jóvenes. Aparte, colaboran estrechamente con las universidades. No se tolera que gente de 30 años no pueda irse de casa de sus padres o malviva en pisos compartidos, el porcentaje de VPO es del 4%, casi el doble que en España.
Hay prácticamente pleno empleo y, si alguien no está contento, puede cambiar. Si la empresa coloca en puestos de dirección a alguien de otro país, los trabajadores autóctonos comienzan a marcharse.
En general, una familia ahorra casi la mitad de sus ingresos a final de año. La vivienda es barata, los ingresos son realmente altos y se huye de la deuda. Aunque sí que hay mucha gente con BMW o Mercedes, sus sueldos superan los 100.000€ al año, a veces entran en casa dos de esos sueldos. Quienes cobran menos, se conforman con coches más baratos. La validación social depende del aporte real que se hace a los demás, no de la adquisición y ostentación de bienes físicos, y menos si es a crédito.
Las regulaciones son muy estrictas para todo, y la gente las cumple y las hace cumplir. Para un español, esa actitud puede ser incluso opresiva. La prosperidad alemana no se ha basado en la desregulación ni en iniciativas individuales competitivas, sino en la cualificación y eficiencia de los trabajadores.
Pero no todo es perfecto. Hay un déficit cultural, los filósofos y pensadores alemanes del XVIII y el XIX desaparecieron a partir de la II Guerra Mundial, los sabios fueron arrinconados por un sentimiento de culpabilidad y una velada colonización norteamericana. La autoestima del pueblo no es tan alta como antaño, y esto lo ha sufrido toda Europa, hemos perdido el liderazgo en el pensamiento.
He vivido dos años por razones de trabajo en la comarca de la Vega Baja, que pertenece a Alicante pero de facto es tierra murciana. La primera vez fue en el curso 2008/2009, en el que trabajé y viví en Pilar de la Horadada. La segunda vez fue en el curso 2014/2015, en el que trabajé en una aldea llamada San Fulgencio.
Lo primero que encontré en Pilar de la Horadada fue una cultura de señoritos de cortijo, en la que la familia a la que se pertenecía marcaba un escalafón similar a la nobleza de sangre. Estas familias tenían un principio matriarcal, en el que la mujer era sacralizada, y una ausencia total de ética. La fuente de ingresos principal del pueblo era la venta de su suelo, previa recalificación por parte del ayuntamiento, por lo que el mejor emprendimiento era optar a las elecciones municipales y convertirse en un pequeño cacique versado en zalamerías a las viejas y uso de testaferros familiares.
Mi trabajo en Pilar de la Horadada era intentar elevar el nivel educativo, cosa que no conseguí. Los grupos de la ESO rechazaban la educación y sólo inventaban acusaciones falsas contra mí. El grupo de 2º de Bachillerato del que fui tutor se pasó todo el curso presionándome para inflar las notas con la idea de colocarse luego en estudios que no iban a poder acabar. Recibí insultos en el aula y mensajes anónimos por internet. El director, un hombrecillo que llegaba a las 10:45 h. al centro y se marchaba antes de las 14:00 h., colaboró también en esta presión mediante amedrentamientos y supuestas reclamaciones que nunca llegaron. En la evaluación final, todos los profesores inflaron las notas sin base legal alguna, en un proceso que llamaban "las rebajas". Yo colaboré parcialmente redondeando alguna cifra, de lo cual me arrepiento ahora. Mi redondeo no pareció suficiente a una de las madres implicadas, que apareció en el centro y me persiguió a gritos durante unos metros. Esta señora pretendía colocar a su hija en la licenciatura de medicina, cuando ya en ese mismo grupo la mitad de los alumnos era mejor que ella. El conocimiento real no les importaba nada, pensaban que la educación se basaba en obtener un papel y que, una vez iniciados unos estudios concretos mediante una nota inflada, accediendo a una facultad en la que todos serían mejores que sus hijos, ya la vida estaría solucionada. Nadie me respetó allí. Había un profesor de matemáticas, con una talla alrededor del metro sesenta, que hablaba engolando la voz y era firme partidario de la inflación de notas. Este profesor era el respetado allí, yo era el odiado.
Había una muchacha muy callada, que nunca reclamó y que conmigo sí que obtuvo un diez. Esta muchacha consiguió entrar en Medicina con posibilidades de obtener luego la titulación.
En mis viajes en moto por la provincia de Murcia, pude ver urbanizaciones deshabitadas, montañas de estiércol y las típicas aldeas con viejos que sacan una silla a la acera. La tradición, el desfile anual por la calle, la francachela en el bar son los intereses reales de la gente. En la ciudad de Murcia hay algo más de actividad, pero los pueblos pequeños se van despoblando, la industria allí no se sabe lo que es.
Cinco años después, volví por la zona, contra mi voluntad. En San Fulgencio, no llegué a impartir el bachillerato, trabajé en un centro que consistía en unas pocas aulas prefabricadas y que sólo tenía unos grupos de la ESO. Las profesoras habían organizado un sistema por el que una de cada tres clases de Lengua Castellana se dedicaba a leer novelas. Las novelas las tenían en unas maletas con ruedas y las llevaban a las aulas para que los alumnos fuesen cogiendo. En el resto de las clases, tampoco creo que se esforzasen mucho. En este caso, no tuve grandes peleas con el alumnado, tampoco la exigencia de 4º de ESO es la misma.
Hubo un alumno venezolano que abandonó el aula antes de tiempo y le puse una amonestación. Él insistió en negar y negar el hecho, ante su madre, ante la tutora y ante todos los demás alumnos. En ningún momento me consiguió convencer y se impuso mi presunción de veracidad. Me esperó en el aparcamiento y me estuvo gritando, dificultándome el acceso a mi coche. Cuando conseguí acceder, me estuvo persiguiendo gritándome. En un momento dado, fuera ya del centro, bajé del coche y lo amenacé con darle dos hostias. Se fue luego a la Guardia Civil a denunciarme. Yo, en mi declaración, negué los hechos. El único testigo, que era otro alumno, se negó a declarar contra mí. El juicio no se llegó a celebrar por incomparecencia de las dos partes. No me enteré de la citación porque había cambiado de domicilio.
En otra ocasión, una muchacha se puso como loca a gritar porque quería abrir la ventana, cuando yo se lo había prohibido. Vinieron luego sus padres a "hablar" conmigo. El padre vino con una camisa cara sobre el barrigón, con aires de "fuerza viva" de la aldea. Lo acompañaba su mujer, señora morena con mechas. Tenían la intención de mantenerme durante una hora aguantando sus amedrentamientos. Cuando enchufé la grabadora del móvil, se volvió muy amable y se marchó.
Otra de las anécdotas fue la de una muchacha india que no sabía escribir el castellano. La opinión de la jefa del departamento era que debíamos ponerle un examen tipo test o con respuestas muy cortas para que pudiese aprobar. Así lo hicieron, a mí no me dejaron participar, y la alumna obtuvo el Graduado Escolar sin tener la más mínima noción ortográfica.
Algunos días, cuando volvía al piso que tenía alquilado en un barrio de Rojales llamado Los Palacios, encontraba en las rotondas a muchachas claramente menores de edad ofreciendo servicios de prostitución. Otras veces encontraba manchas de sangre y cristales rotos en la acera de mi portal porque al lado había un local de alcohol barato y durante el fin de semana algunos se agarraban a puñetazos.
Cuatro veces he estado en el País Vasco, la última el pasado verano. Reservé un hotel en Irún sólo para ir a subir el Monte Jaizkibel. Aparqué detrás del Santuario de Guadalupe y fui subiendo, saludando a todos los irundarras que me iba cruzando. No existe allí ni el prejuicio, ni la mala mirada, ni la charla impertinente, ni la risa por la espalda. Quien va en familia va muy bien, y quien va solo también. Desde arriba, se podía ver San Sebastián, Irún y su polígono industrial, el mar Cantábrico y un cacho de Iparralde. La renta media es un 35% superior a la de Dénia, la tasa de paro en el País Vasco es del 6% (en Irún tiene que ser nula), el gasto educativo per capita es un 25% superior en el País Vasco que en la Comunidad Valenciana, el precio medio de la vivienda por metro cuadrado en Irún es de 2.794 €, un 2% inferior al de Dénia. La tasa de homicidios por cada mil habitantes es menos de la mitad en el País Vasco que en la Comunidad Valenciana, y una cuarta parte que en Murcia.
De todo lo que acabo de explicar, llego a estas conclusiones:
La inteligencia en la sociedad es el único modo de prosperidad y bienestar posible. La explotación de los recursos naturales sólo sirve para malvivir.
Pensar en el desarrollo económico es pensar en el desarrollo intelectual colectivo. Los genios individuales nada pueden hacer en entornos mediocres y mercados poco receptivos a las innovaciones. Los genios aparecen cuando una sociedad tiene una fuerte inteligencia colectiva.
La inteligencia colectiva que da prosperidad es el nivel de consciencia, no el CI que mide un test. Abarca la ética, la empatía, la convicción, la resistencia a la persuasión, la sabiduría en general.
Las culturas matriarcales basadas en la sociabilidad sólo producen mediocridad, miseria y sumisión a poderes extranjeros.
Las áreas más prósperas que he conocido no son receptoras de una inmigración masiva.
La homogeneidad étnica y de valores sí que es una buena base para la inteligencia colectiva.
El tipo de empresario voraz y cortoplacista hace más mal que bien, la prosperidad de largo plazo sólo se construye desde abajo, del sistema educativo al sistema productivo.
La desafección, la desconfianza, la envidia, los grupos de interés, la corrupción política son factores limitantes de la inteligencia.
Las universidades han venido siendo, desde el Renacimiento, la principal fuente de inteligencia en la cultura europea, el único lugar en el que los estudiosos han podido dedicarse plenamente a la creación de conocimiento, sin ninguna otra consideración, y luego compartirlo gratuitamente con la sociedad. Su situación actual de decadencia evidencia el fin de ciclo que estamos viviendo.
La universidad actual no produce conocimiento útil porque su situación de sesgo ideológico la lleva a bloquear y cancelar a quien dice la verdad. En las titulaciones de humanidades y ciencias sociales se ha ido expeliendo a todo el que no encaje en el discurso único, ya sea el woke estadounidense o el sesentayochismo europeo.
Tras la II Guerra Mundial, los poderes fácticos intervinieron directamente los departamentos universitarios y suprimieron de facto su independencia. Los perfiles que fueron colocados en las cátedras tenían ya ese carácter intransigente e ideologizado, e impusieron una endogamia corrupta y deshonesta que ha ido añadiendo aún más mediocridad. La mayor parte de los profesores de historia, filosofía o literatura sólo producen farfolla, palabras huecas que sólo sirven para ser leídas una única vez en un congreso al que sólo asisten alumnos que buscan sumar créditos u otros profesores que luego leerán su papel. Las revistas académicas no las lee absolutamente nadie y a nadie importan. La sociedad ignora estos discursos porque no tienen ningún contenido. La progresiva feminización de este profesorado todavía ha agravado más la situación.
El alumnado de estas titulaciones ideologizadas acaba conformando su mente en base a una distorsión, y esto lo lleva a una interpretación falaz de la historia, a sentimientos de rencor, a un identitarismo revanchista, que señala siempre a los demás. No se integran luego bien en la sociedad y van directamente al paro porque la distancia entre su distorsión y la realidad es excesiva.
También ocurre que algunos de estos alumnos acaban en el sistema educativo reproduciendo la tarea de adoctrinamiento en mentes aún más débiles y con menor nivel de desarrollo.
Entonces, la sociedad no puede permitirse la situación actual de las universidades, deben ser nuevamente intervenidas pero en el sentido contrario. La recuperación de su independencia y de su libertad de pensamiento son condición sine qua non para que nuestras sociedades recuperen la inteligencia.
En la parte técnica, la mayor acumulación de conocimiento ha venido por parte de las empresas públicas. Estas empresas han tenido el tamaño y la paciencia suficientes para aplicar la investigación universitaria a una producción real. Ya he contado en un artículo anterior la creación de la informática por parte de Bell Labs, empresa de facto pública en EEUU. En España no ha habido algo tan relevante, pero mediante empresas como Construcciones Aeronáuticas, Bazán, IZAR o Navantia se han podido producir desde principios del siglo XX aviones y grandes navíos, tanto civiles como militares. También, hace décadas, Pegaso produjo camiones. Las redes ferroviaria, eléctrica, telefónica y de autovías son obviamente iniciativas públicas mediante empresas creadas por el Estado ad hoc. La implantación de las infraestructuras informáticas desde 1992 la ha liderado Indra.
La mala gestión deliberada, el abandono y la posterior privatización de estas empresas ha entregado ese conocimiento a manos cortoplacistas y reticentes a la inversión en investigación, lo que ha acabado en mediocridad, estancamiento, subidas de precios e insatisfacción del usuario. Las empresas públicas deben ser recuperadas, porque son de una importancia capital para conectar el conocimiento académico con la producción tecnológica.
El tercer nivel de densidad de conocimiento lo constituyen las grandes empresas privadas. Este tipo de organización no suele tener ni el presupuesto ni la estrategia de largo plazo de una empresa pública, pero todavía tiene un tamaño suficiente para acumular conocimiento. Suelen invertir mucho en publicidad, y esto las lleva a tener una imagen superior a la real en la conciencia colectiva, pero no niego su importancia.
El problema para España es que las empresas casi nunca alcanzan un gran tamaño. El empresariado tiene una mentalidad matriarcal, de rentista, no son pocos los que prefieren acumular propiedad inmobiliaria antes que reinvertir en hacer crecer su negocio. Los otros son muy mediocres, a veces no tienen ni estudios universitarios, y viven de abaratar salarios. También les juega en contra la mentalidad de los empleados, que aspiran siempre a "ponerse por su cuenta" porque no ven un desarrollo profesional claro.
Por poner un dato, en Alemania el 45% de los trabajadores pertenece a una empresa de más de 500 empleados. En España, las empresas de más de 250 empleados ya se consideran "grandes empresas". En estas empresas de más de 250 empleados sólo trabaja el 38% de los asalariados. Si contamos los autónomos, alrededor de un tercio de los trabajadores está empleado en una empresa con algo de infraestructura.
El problema es que estos microempresarios son tan numerosos que llegan a influir en los partidos políticos para que los favorezcan, lo cual daña la eficiencia de toda la economía. Es a la empresa más grande a la que hay que favorecer y regular para que pueda producir empleo en mejores condiciones y sirva a la sociedad antes que a los accionistas.
La pyme es una forma muy ineficiente de gestionar conocimiento, ni tiene el grado de especialización en la mano de obra, ni puede dedicar recursos a la investigación, ni puede acometer proyectos grandes o de largo plazo. Su conocimiento suele ser superficial, de utilidad directa y normalmente ni tan siquiera original, porque su alcance territorial es pequeño e incluso en ese territorio debe afrontar competencia. En la pyme se consume mucho tiempo aprendiendo lo que muchos otros han aprendido antes, y esto se paga muy caro en cuanto al rendimiento de cada empleado. Uno de los dos principales motivos por los que los sueldos en España son bajos es el pequeño tamaño de sus empresas. El otro es el excesivo aporte de mano de obra inmigrante.
Y el último nivel de conocimiento es el autónomo. La mayoría de estos trabajadores intenta reproducir el conocimiento de un empleado especializado sin ayuda de nadie, sin integración en ningún equipo, con una formación autodidacta, debiendo dedicar tiempo a la contabilidad y la presentación de impuestos, sin poder invertir casi en nada, atascándose frecuentemente por desconocimiento de algún detalle y, en general, sobreviviendo con un conocimiento vulgar y corriente, dedicándose a la parte más social de la transacción económica. España tiene un número aberrante de autónomos, por encima del 15% de la masa laboral. Esto es también una muestra de la baja calidad del empleo que producen las empresas.
Mejorar el sistema educativo es la mejor forma de elevar la inteligencia colectiva, pero esta actuación es de muy largo plazo y no basta si hay factores en contra.
Para que el ciudadano tenga discernimiento y desarrollo de su conciencia, debe garantizarse la plena libertad de expresión, sin excluir ningún dogma o tabú. Todo debe poder ser cuestionado. Las políticas de cancelación que hemos venido sufriendo en la cultura occidental en las últimas décadas son muy lesivas, hacen que los sabios se vayan retirando, sesgan el pensamiento de las mentes más débiles y obligan a razonamientos forzados y ridículos. Lo que lleva a la censura del pensamiento ajeno es la mala intención, y ante esto no hay excepción alguna.
Hay un momento, cuando el discurso único toma un volumen suficiente, en el que los tontos levantan el dedo acusador contra los inteligentes. Ahí el trabajo de supresión del discernimiento ya se ha completado, y esa sociedad ha perdido su libertad y va a perder muy pronto su bienestar.
Los medios de comunicación sesgados y alineados son un grave problema, esto se ha visto en épocas anteriores durante el siglo XX. Pero ese problema se agrava cuando la manipulación alcanza a las plataformas de publicación horizontal, cuando se bloquea incluso el contacto de los ciudadanos con sus pares. Es claro que hay una guerra por el control del discurso, y es claro que esa guerra la gana quien controla el accionariado de esas empresas.
Pienso que la empresa privada no es la mejor forma jurídica para canalizar la comunicación entre las personas. Pienso que los protocolos basados en las cadenas de bloques se adaptan mucho mejor a la libertad y la responsabilidad de cada uno. En todo caso, regular los medios, el YouTube y todas las redes sociales es prioritario ahora mismo para detener el deterioro de nuestra inteligencia. La estupidez ha crecido muy agresivamente en las últimas dos décadas, y revertir esto va a tardar tiempo.
El otro factor fundamental es el respeto al inteligente dentro de una sociedad. No es aceptable que los niños con altas capacidades sean escolarizados sin ningún cuidado en grupos de niños muy inferiores a ellos y sean expuestos casi siempre al acoso o la exclusión del grupo. Las características del niño inteligente son muy distintas, y además en él siempre hay un daño inherente a su condición, por haberse visto obligado a conocer y comprender cosas para las que su sistema emocional aún no está preparado. Esto lo convierte en presa fácil de niños con un nivel de conciencia inferior, que muchas veces tienen envidia y mala intención. A esto se une el escepticismo de muchas maestras, que son ellas mismas muy mediocres y piensan que la superdotación es algo así como un mito. En mi experiencia profesional más reciente, las tímidas iniciativas por parte de la Conselleria de Educación a la hora de detectar la superdotación han derivado inmediatamente en la detección de un número muy alto de niñas con una supuesta alta capacidad, cuando las estadísticas científicas y reales ya vienen insistiendo en que a partir del percentil 98 en el coeficiente intelectual hay 20 niños por cada niña.
España es uno de los países que mejor destruye a sus superdotados, no deja a casi ninguno sin echar a perder. Hay mediocridad en la política, hay mediocridad en el empresariado, hay ausencia total de una intelectualidad con algo de liderazgo. España tritura a sus superdotados en el sistema educativo, más de la mitad se queda sin el Graduado Escolar, y de ellos muchos desarrollan adicciones o acaban en la cárcel, y la otra mitad sobrevive en un sistema que lo castra y aplana, que sólo le deja la opción de memorizar unos temas para una oposición. La empresa privada tradicionalmente ha vivido en el enchufismo de familiares o mediocres dóciles y con afiliación ideológica, sin esforzarse lo más mínimo por desarrollar procesos de selección óptimos que capten el talento disponible.
Algunos de los inteligentes que consiguen escapar de la trampa española emigran a otros países y es allí donde dan su inmensa productividad.
De la detección, protección, desarrollo y retención de los más inteligentes depende muy directamente el desarrollo a futuro de ese país. Las administraciones deben invertir en esto a conciencia, sin escatimar medios y no permitiendo que la envidia de los mediocres dañe en ningún momento a estas personas. Los inteligentes deben estar cerca de sus semejantes, convivir y relacionarse entre ellos. Tienen perfecto derecho, no es ningún desprecio hacia nadie.
Tengo claro que no voy a escuchar discurso político alguno acerca de la igualdad o la justicia social si antes no va precedido de una estrategia clara y concreta para la elevación de la inteligencia y la conciencia colectivas. Y aún menos caso voy a hacer de discursos decimonónicos de privatización de los recursos y servicios o de redención colectiva mediante la desregulación. El desarrollo y el cuidado del conocimiento es una estrategia planificada de muy largo plazo que incluye todos los ámbitos de la sociedad a todos los niveles: cultural, educativo y regulatorio.
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