Voy a escribir una serie de artículos dedicada a la revisión de la teología. Pienso que hemos pasado en Occidente en un siglo de un mundo mayoritariamente creyente a una situación de descreimiento. Todo lo ajeno a la versión reducida y simplificada del mundo físico que tiene nuestra ciencia es desautorizado. Esto es obviamente un error y psicólogos como Michael Newton o Brian Weiss han demostrado la existencia del alma y el ciclo de reencarnaciones. Parece interesante, por tanto, revisar nuestro sistema de creencias y no adjudicarle a la ciencia un papel mayor del que le corresponde, que es el desarrollo de tecnología.
Los primeros seis artículos van a versar sobre la Biblia, con un ánimo revisionista, y los siguientes tratarán de la vida del alma y el funcionamiento de la mátrix que percibimos como el mundo físico.
Los cristianos llamamos Biblia a un conjunto muy heterogéneo de textos de varios autores, escritos con cerca de mil años de diferencia, que en realidad provienen de dos religiones distintas. Hay en la Biblia básicamente dos partes distintas: el llamado Antiguo Testamento, que es el texto sagrado del Judaísmo, y el Nuevo Testamento, los textos derivados de las enseñanzas de Jesús, que son el fundamento del Cristianismo.
Tanto el Antiguo Testamento como el Nuevo Testamento parten de un núcleo fundamental y luego añaden libros de diversos autores para glosar o extender su doctrina. El núcleo del Antiguo Testamento es el Pentateuco, que no ocupa más de 400 páginas y que cuenta la creación del pueblo judío y su religión. El núcleo del Nuevo Testamento son los Evangelios, que cuentan la vida de Jesús desde cuatro puntos de vista.
A mí en este artículo lo que me va a interesar es el Pentateuco, que los judíos llaman la Torá. El Pentateuco básicamente narra la historia de una familia y de su descendencia, desde Jacob, el creador de esa estirpe, hasta la toma de control por parte de sus descendientes de la región de Canaán, la llamada Tierra Prometida. En el relato se intercalan también con gran detalle las normas que regirán la religión hebrea.
Hay un primer patriarca llamado Abrahán que recibe el mensaje divino de que su descendencia poseerá en un futuro toda la región de Canaán. Abrahán tiene luego varios hijos, entre ellos Isaac, quien a su vez tiene a Jacob. Jacob será rebautizado por Dios como Israel y tendrá un carácter de Elegido. Jacob tendrá doce hijos varones, y cada uno será el fundador de una de las doce tribus de los hijos de Israel: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, José y Benjamín. Los descendientes de Leví serán los levitas y su misión será el sacerdocio, cuyas normas se detallan en el libro Levítico, uno de los cinco del Pentateuco. Las otras once tribus tomarán parte en el reparto de la tierra de Canaán.
Las vicisitudes por las que pasan los descendientes de Jacob hasta poseer la Tierra Prometida se narran en los otros cuatro libros. En principio, Jacob no era más que un pastor trashumante de esa región de Canaán, igual que gran parte de la población. José, uno de sus hijos menores, será vendido como esclavo por sus propios hermanos y acabará sirviendo en Egipto. Pero José no será un simple esclavo, porque su gran sabiduría le permitirá llegar a ser ayudante del faraón, con funciones ejecutivas. Años más tarde, cuando en Canaán se sufre una hambruna, el ya anciano Jacob y su descendencia deciden trasladarse a Egipto a buscar la protección de José. En ese momento, todo el pueblo de Israel se compone de 66 personas que viajan a Egipto, además de José con su esposa y sus dos hijos, 70 en total.
Los hijos de Israel pasan en Egipto un tiempo bueno y se reproducen en gran número, pero con los años acabó muriendo José y el pueblo de Israel, que no se mezclaba matrimonialmente, despertó el recelo del nuevo faraón y volvió a ser esclavizado. Ahí aparece la figura de Moisés, que con ayuda de Yahvé guía a todo su pueblo hacia la Tierra Prometida, escapando primero de los egipcios, vagando luego por el desierto durante cuatro décadas y conquistando finalmente todo Canaán a punta de espada, exterminando a toda la población y tomando la tierra para ellos solos.
Esto se supone que es algo sagrado para todos los cristianos, pero nadie se lo ha leído.
La primera cuestión que surge es la autoría del Pentateuco. La leyenda tradicionalmente ha atribuido esta autoría a Moisés, pero esto no es cierto. Lo único que se sabe es que en el texto hay varios estilos distintos y frecuentes repeticiones, lo que habla de una autoría múltiple, probablemente a lo largo de varias décadas. Por un lado, se cree que hubo primero una tradición oral que debió producir múltiples variantes, pero por otro lado el grado de detalle de las versiones escritas sugiere una fijación escrita muy temprana. Los judíos, ya en Egipto, desempeñaron tradicionalmente el oficio de escribas, que eran una especie de notarios y cronistas, y esto es claro que influyó en esa redacción tan exacta y detallada, que en mi opinión ha sido el gran éxito del Pentateuco, porque no hay otro libro igual en toda la Antigüedad.
Hablan los especialistas de dos corrientes o tradiciones en la redacción, una corriente que tiende a llamar a Dios Yahvé y otra que tiende a llamarlo Elohim. Esto los neoexégetas están demostrando que no es correcto, porque Yahvé y Elohim designan dos cosas distintas. De esto hablaré más abajo.
Aparte del Pentateuco, el Antiguo Testamento incluye otros 41 libros, entre libros históricos, sapienciales y proféticos. Hasta finales del siglo I d.C., el Sanedrín no cerró el canon en el concilio de Yavne, por lo que estos libros simplemente son textos de interés doctrinario que los rabinos quisieron ir incluyendo, pero no tienen mucho interés para mí. De esos libros, hay siete que sólo reconocemos los cristianos católicos y ortodoxos, porque los judíos los rechazan simplemente porque no se ha encontrado su original en hebreo y sólo aparecen en la traducción de la Biblia al griego koiné llamada la Septuaginta. Esa traducción es la que los cristianos hemos considerado como versión oficial del Antiguo Testamento, porque es la que usó y citó Jesús.
No se conoce exactamente la conexión que hubo entre los hechos narrados y las distintas versiones escritas. Hay quien ve una primera fase de transmisión oral y una fijación por escrito varias décadas posterior. Yo no veo esto. Hay que leer Números, o el Deuteronomio, para ver la cantidad de cifras exactas que se dan. Los discursos de Moisés no parecen una leyenda oral, tienen una redacción clara y coherente. Normalmente, cuando un relato se transmite oralmente, acaba derivando en múltiples variantes y en versiones breves y edulcoradas. El Pentateuco parece escrito por personas que contemplaron directamente los hechos.
Yo me imagino a aquel grupo de esclavos fugados, compuesto por pastores pero también por escribas, matando varios carneros al día para consumir la carne y guardando las pieles para hacer pergaminos. Sin duda hubo varios escribas desde el primer momento registrando cada cosa, como habían hecho en los años anteriores para los faraones.
Los manuscritos anteriores a las primeras versiones aprobadas como oficiales por los rabinos se llaman "manuscritos protomasoréticos". Estos manuscritos son fragmentarios, la mayoría se ha perdido, algunos están deteriorados, pero son la base sobre la que los "sabios masoretas" redactaron el "texto masorético" entre los siglos VI y X d.C.
Sobre estos manuscritos originales, que circulaban también en copias, se tradujo el Pentateuco al griego koiné en la primera mitad del siglo III a.C. Esta traducción, a la que se fueron añadiendo el resto de libros del Antiguo Testamento, se ha venido llamando la Septuaginta, abreviada como LXX. Septuaginta en latín significa setenta, y se llama así porque, según la leyenda poco creíble, participaron en su redacción setenta sabios.
La Septuaginta no es una traducción cualquiera, porque es la primera versión oficial unificada de todas las versiones protomasoréticas. Hay que tener en cuenta que el griego koiné, también llamado griego helenístico, era el idioma oficial de la Tierra Santa tras las conquistas de Alejandro Magno. El hebreo y el arameo se consideraban lenguas vulgares.
Se puede decir que el Cristianismo ha surgido de la Septuaginta, sobre todo porque es la versión que leyó y citó continuamente Jesús en los Evangelios. En la Septuaginta, Yahvé es traducido como kýrios, es decir, "el Señor", y pierde esa dimensión física de los manuscritos hebreos. La concepción de Dios en la Septuaginta está claramente influida por Platón, se convierte en algo abstracto que representa la bondad esencial. Esto los cristianos lo asumirán luego como dogma en el Nuevo Testamento.
A partir de finales del siglo II se comienzan a hacer traducciones al latín de la Septuaginta. Estas traducciones se vinieron llamando la Vetus Latina, como si fuesen una única traducción, pero en realidad hubo múltiples versiones.
A principios del siglo III aparece la primera edición crítica del Antiguo Testamento, realizada por el sabio Orígenes de Alejandría. Esta versión, que no se conserva completamente, fue llamada la Hexapla porque incluía seis versiones distintas del texto distribuidas en pergaminos a seis columnas para facilitar su comparación. En la primera columna, Orígenes copió el texto original en hebreo. En la segunda columna, transcribió el texto en hebreo en caracteres del griego koiné para facilitar su pronunciación. En la tercera columna copió la versión en griego de Aquila de Sinope, considerada una versión muy fiel al original hebreo. En la cuarta columna, copió la versión en griego de Símaco el Ebionita. En la quinta columna, copió el texto de la Septuaginta. En la sexta columna, copió la versión griega de Teodoción. Este excepcional trabajo filológico demostró la dificultad de interpretación del texto hebreo y detectó también adiciones y supresiones en la Septuaginta. La Hexapla es importante porque sería luego la versión en la que se basaría San Jerónimo para elaborar la Vulgata.
En la segunda mitad del siglo IV, el Papa San Dámaso vio la necesidad de unificar las múltiples versiones de la Vetus en una nueva traducción al latín que incluyese también los Evangelios. Esta tarea se la encarga a su secretario San Jerónimo, erudito especialista en la literatura griega y latina. Para el Antiguo Testamento, San Dámaso pensaba, simplemente, en volver a traducir la Septuaginta, pero tras su muerte en 384, San Jerónimo se traslada a Belén y toma contacto con la Hexapla, lo que le hace ver las diferencias entre el original hebreo y la Septuaginta. San Jerónimo se pone inmediatamente a aprender hebreo y entrevistarse con rabinos judíos especialistas en los manuscritos protomasoréticos. Y, a partir de ahí, comienza su traducción directamente a partir del hebreo, estableciendo el principio de hebraica veritas. Esto no gusta a todas las autoridades eclesiásticas y San Agustín, obispo de Hipona, mantiene con San Jerónimo abundante correspondencia intentando inculcarle el principio de Septuaginta auctoritas. San Jerónimo acaba llegando a un justo medio y sigue traduciendo directamente del hebreo pero respeta los libros deuterocanónicos y a Yahvé lo llama "Dominus Deus", en la línea del kýrios griego. La Vulgata se impondría rápidamente en toda la Iglesia a partir del siglo V por el rigor filológico de San Jerónimo y por el uso de un latín más coloquial, aunque no tuvo en principio un apoyo oficial.
Más de mil años después, el Concilio de Trento decidió imponer una versión oficial de la Vulgata como texto unificado y obligatorio, prohibiendo toda traducción directa del hebreo. Esta versión de la Vulgata, promovida por el Papa Sixto V, se llamó la Vulgata Sixtina, edición de 1590. A ésta le siguió enseguida una revisión llamada la Vulgata Clementina, de 1592, promovida por el Papa Clemente VIII. Esta segunda versión se mantendrá durante casi cuatro siglos. El Concilio Vaticano II (1962-1965) ordenó una nueva traducción directa del hebreo que se vendrá en llamar Nova Vulgata y se publicará a partir de 1979.
Por otro lado, entre los siglos VI y X, varios grupos de sabios hebreos fueron perfilando lo que luego sería el texto oficial del Tanaj, el Antiguo Testamento en versión oficial del judaísmo. Estos sabios editaron los manuscritos protomasoréticos para añadir las vocales (porque no las llevaban) y para aclarar las interpretaciones de las abundantes expresiones ambiguas según su tradición oral y litúrgica. Estas aclaraciones se incluyeron en una especie de notas al pie o glosas que recibieron el nombre de masorah (tradición). El resultado final de este proceso es lo que se llama el "texto masorético", que tiene algunas diferencias con el original hebreo de la Hexapla.
Las traducciones castellanas de la Biblia han sido muy abundantes ya desde Alfonso X el Sabio. En el siglo XX y en castellano peninsular, han tenido importancia las versiones de Reina-Valera, Nácar-Colunga, Bover-Cantera y Cantera-Iglesia. A partir de 1967, la llamada Biblia de Jerusalén ha sido la preferida por los estudiosos, por su fidelidad al original hebreo y por su lenguaje sencillo. A partir de finales de los años 70, por encargo de Escrivá de Balaguer, la facultad de Teología de la Universidad de Navarra emprendió una traducción directa del hebreo que culminó en 2004 con la llamada Biblia de Navarra. En 2010, la Conferencia Episcopal Española ha publicado otra traducción directa del hebreo como versión oficial usada en la liturgia, el catecismo y las clases de religión en los institutos. Esta Biblia se suele llamar la Biblia de la CEE.
Para escribir estos artículos, he leído la Biblia de Jerusalén y he cotejado también la Biblia de Navarra y la Biblia de la CEE. La primera diferencia es que la Biblia de Jerusalén sí que usa el nombre de Yahvé, mientras que las otras dos se decantan por "el Señor". También veo en la Biblia de Jerusalén una fidelidad al original hebreo incluso en la construcción sintáctica, en esa sucesión monótona de frases cortas, a veces con abundantes repeticiones. Podríamos decir que es la máxima expresión en lengua castellana de la hebraica veritas. La Biblia de Navarra es fiel al sentido original, pero intenta embellecer un poco las frases, con ese tonillo un poco más litúrgico. La Biblia de la CEE es probablemente la mejor para un creyente católico, tiene una redacción clara y actual, pero no corta completamente con la Septuaginta auctoritas.
La interpretación de los numerosos pasajes chocantes de la Biblia fue variando con los siglos. Hasta el siglo XVIII, se creía literalmente todo lo que allí se narraba, las apariciones de ángeles, los parlamentos de Dios, los milagros de Yahvé y de Jesús. Se sabía que había algún detalle que no encajaba, sobre todo las ocasionales referencias a otros dioses que tendrían el mismo rango que Yahvé, pero esto sólo aparecía en el original hebreo, la Septuaginta era segura y la Vulgata también. La prohibición tanto de las traducciones directas del hebreo como de las interpretaciones no canónicas ayudaron a evitar cualquier polémica.
Con la Ilustración y la aparición del método científico, la Iglesia queda en una posición incómoda. No hay ningún tipo de explicación para nada de lo que allí se cuenta, incluyendo la creación de Adán y Eva. Ahí comienza una segunda fase interpretativa en la que se dice que el texto habla "en sentido figurado". Entonces, el hombre sí que viene del mono, pero Dios quiso hablar en sentido figurado del jardín del Edén, de la costilla de Adán, de la serpiente y la manzana, de la caída en desgracia, de la pelea entre Caín y Abel... Todo pasó a tener un sentido simbólico pero igualmente sagrado. El embarazo de María por parte del Espíritu Santo y los milagros de Cristo se seguían considerando reales. El genocidio de Josué en Canaán se obviaba y no se citaba en la liturgia ni el catecismo. Nadie leía el Pentateuco.
A partir de 1947, surge lo que se ha venido llamando el "fenómeno OVNI", que introdujo en nuestra cultura la posibilidad de que seres no humanos puedan manejar tecnologías incomprensibles para nosotros y produzcan efectos aparentemente sobrenaturales. Las campañas de desinformación y la incredulidad general centraron el debate en la existencia o no de tales fenómenos, a pesar de que los testimonios se acumulaban en gran número. Nadie se atrevía a hacer una conexión entre los OVNIs y los hechos narrados en la Biblia.
A principios de este siglo, la prestigiosa editorial religiosa Edizioni San Paolo, propiedad del Vaticano, encarga a un filólogo hebraísta la traducción del Antiguo Testamento al italiano desde el original hebreo. Ese filólogo se llama Mauro Biglino y nunca ha hablado de OVNIs, sólo ha hablado de manuscritos hebreos y ha sido un ratón de biblioteca.
Biglino llega a traducir 19 libros del Antiguo Testamento durante la primera década de este siglo, hasta que en un momento dado confiesa a los editores que piensa que la traducción que está haciendo es falsa y que la Biblia debe ser traducida de manera literal, que las expresiones desconcertantes que aparecen lo que describen es la intervención de una civilización extraterrestre que se hace pasar por Dios con la intención de dominarnos.
Biglino, obviamente, fue despedido de manera inmediata y a partir de ahí pasó a escribir sus análisis en libros de gran divulgación y a dar conferencias por toda Italia. Hasta la fecha, ha publicado más de una decena de libros con gran éxito de ventas en Italia, aunque las traducciones al castellano no son muy abundantes. En inglés se puede leer Gods of the Bible, o se puede escuchar alguna de sus conferencias en YouTube.
La Biblia que Biglino tradujo es la Biblia Hebraica Stuttgartensia, una edición original en hebreo publicada por la Deutsche Bibelgesellschaft, la Sociedad Bíblica Alemana, de Stuttgart. Esta Biblia, básicamente, es una revisión de la edición de Rudolf Kittel, erudito alemán de finales del XIX, que a su vez usó el Códice de Leningrado, un manuscrito custodiado en la biblioteca pública de San Petersburgo. Este códice es la copia completa más antigua conservada del texto masorético.
Biglino denuncia que la Iglesia, a lo largo de su historia, ha tergiversado continuamente el significado de las Sagradas Escrituras, atribuyendo arbitrariamente un sentido alegórico a algunas partes que no encajaban en su doctrina. Se ha intentado dar una orientación universal a un libro que simplemente cuenta la historia de una familia que desciende de Jacob. Esa familia, básicamente, ocupa un territorio mediante el exterminio de todos los que allí viven.
Las argumentaciones de Biglino puede que no hayan caído tan en saco roto. Parece que, a partir de 2008, la Iglesia ha recomendado a sus sacerdotes no usar el nombre de Yahvé en la liturgia y, según Biglino, en los círculos vaticanos se rumorea que podría abandonarse en el futuro el Antiguo Testamento completamente.
El interés de este artículo no es desautorizar a la Iglesia, que pienso que tiene su doctrina bien establecida y aún cumple una función en nuestra sociedad, sino intentar entender qué nos quisieron realmente decir aquellos escribas judíos.
La primera cuestión que aborda Biglino es el nombre de Dios. En la Biblia, esta entidad aparece citada de dos maneras: primero el pueblo le pone el nombre de Ēl-Shaddai, y luego él mismo se autodenomina como Yahvé. Biglino traduce Ēl-Shaddai como "el de la estepa" o "el de la montaña", mientras que las traducciones oficiales dicen "el Omnipotente". La Biblia de Jerusalén indica que Ēl era el sustantivo que designaba a un dios, cualquier dios, por lo que Ēl-Shaddai se traduce correctamente como "el dios de la estepa".
Ahora falta discutir por qué "de la estepa", ¿se había aparecido físicamente a la población en general y se suponía que vivía en la estepa?
La primera vez que aparece el nombre de Ēl-Shaddai es en Génesis 17:1: "Cuando Abrahán tenía noventa y nueve años, se le apareció Yahvé y le dijo: 'Yo soy El Sadday, anda en mi presencia y sé perfecto'". En las notas se dice que es el "antiguo nombre divino de la época patriarcal". En Éxodo 6:2-3 se dice:
Dios habló a Moisés y le dijo: "Yo soy Yahvé. Me aparecí a Abrahán, a Isaac y a Jacob como El Sadday; pero mi nombre de Yahvé no se lo di a conocer".
Tampoco está de acuerdo Biglino con traducir Yahvé por "el Eterno" o "el Señor", porque Yahvé es un nombre propio que no tiene una traducción concreta.
La interpretación de Biglino es que Yahvé fue un ser físico, de carne y hueso, que manejó tecnologías para arrogarse un carácter sobrenatural y "endiosarse" ante aquellas gentes simples. Tal individuo pertenecería a una civilización extraterrestre que habría tomado en aquellos años control de la Tierra, por lo que habría muchos Yahvé, cada uno con una tribu distinta asignada.
Básicamente, Biglino disiente de la traducción de cuatro palabras: Yahvé, Elohim, Elyon y kavod.
La teología tradicional ha achacado esa oscilación entre el uso de Elohim y Yahvé a una "tradición yahvista" y una "tradición elohista", dos formas de decir lo mismo. Para Biglino, Elohim y Yahvé designan dos cosas distintas: Elohim es el grupo de humanoides híbridos que toma control de la Tierra, Yahvé es uno de ellos, el asignado a la descendencia de Abrahán. El argumento muy claro de Biglino es que Elohim es un sustantivo plural y, aunque se han hecho interpretaciones de todo tipo, alegando un supuesto "plural mayestático", Biglino niega esto categóricamente y afirma que los escribas hebreos nunca hubiesen usado la palabra Elohim si no hubiesen querido designar a un colectivo de seres.
La otra cuestión es si el término Elyon o Ēl Elyon designa a una entidad por encima de Yahvé. La Biblia de Jerusalén traduce por el Altísimo y no entra en discusión sobre si se refiere a lo mismo o no.
En Números 24:16 se dice:
Oráculo del que escucha los dichos de Dios,
del que conoce la ciencia del Altísimo [Elyon];
del que ve lo que le hace ver Sadday
del que obtiene la respuesta, y se le abren los ojos.
En Salmos 78:34-35 hay esta traducción:
Cuando los mataba, lo buscaban,
se convertían, se afanaban por él,
y recordaban que Dios [Elohim] era su Roca,
el Dios Altísimo [Elyon] su redentor.
En Deuteronomio 32:8 se dice:
Cuando el Altísimo [Elyon] repartió las naciones,
cuando distribuyó a los hijos de Adán,
fijó las fronteras de los pueblos
según el número de los hijos de Dios.
Y en la nota a ese último verso, la Biblia de Jerusalén añade:
La expresión "hijos de Dios" (o "de los dioses") constituye un vestigio de la mitología cananea. Eran los miembros de la corte celestial [...], que la tradición acabó convirtiendo en ángeles. Aquí se trata de los ángeles custodios de las naciones [...]. Pero Yahvé se ha reservado personalmente a Israel, su pueblo elegido [...]. Seguimos aquí el griego, el hebreo dice "los hijos de Israel".
Entonces, la teoría de Biglino podría tener recorrido según esta traducción, y Yahvé sería uno más de esos "custodios" o esas autoridades que actúan bajo la dirección de ese tal Elyon y que controlan a todos los descendientes de Adán.
Biglino señala ejemplos de esa forma de actuar en la mitología de otras culturas coetáneas. Los seres mitológicos que los griegos llamaban Theoi, los indios Devas y los indígenas americanos Viracocha serían los Elohim. A esta lista se podrían añadir los Devs de los persas, los Afries de los egipcios, los Orishás africanos y, por supuesto, los Annunaki sumerios y acadios.
Biglino también menciona que el tema del reparto de la Tierra ya lo trató Platón en su crítica de la Biblia, quien además señaló que estos Elohim gobernaban a veces entre dos lo que les había tocado, como por ejemplo Atenas y Éfeso.
Los llamados ángeles serían ayudantes de los Elohim y tendrían forma perfectamente humana. En Hebreos 13:2 se dice: "No olvidéis la hospitalidad, pues, gracias a ella, algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles".
Sobre el término kavod, puede verse una discusión muy interesante de Biglino en el YouTube. Biglino afirma que la palabra kavod en hebreo deriva de un verbo que significa "pesar" o "ser pesado", pero también "ser distinguido" o "ser duro". Es un término que se usaba para carros o aparatos militares, de ahí la denominación Yahvé Sebaot o Yahvé Elohy Sebaot ("Yahvé de los ejércitos", "Yahvé Elohim de los ejércitos"). Estas denominaciones aparecen 242 y 12 veces, respectivamente, a partir de los libros de Samuel.
Pero en la Septuaginta se traduce kavod como doxa, y de ahí en castellano como "la gloria de Dios".
El primer ejemplo de lo rara que se hace esta traducción es Éxodo 33:18-23:
Entonces Moisés dijo a Yahvé: "Déjame ver tu gloria". Él le contestó: "Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre de Yahvé, pues concedo mi favor a quien quiero y tengo misericordia con quien quiero". Y añadió: "Pero mi rostro no podrás verlo, porque nadie puede verme y seguir con vida". Yahvé añadió: "Aquí hay un sitio junto a mí, ponte sobre la roca. Al pasar mi gloria, te meteré en la hendidura de la roca y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas, pero mi rostro no lo verás".
Biglino argumenta que el aparato que usaba Yahvé emitía cierta radiación por su parte delantera y que por eso Moisés debió esconderse en la roca y asomarse sólo cuando el kavod hubiese pasado.
Hay también contraargumentaciones a esto, con ejemplos en los que el término kavod se usa claramente para designar dignidad o autoridad.
En Salmos 19:2 se dice: "Los cielos cuentan el kavod de Dios, / el firmamento anuncia la obra de sus manos".
En Isaías 6:3: "Santo, santo, santo, Yahvé Sebaot: / llena está toda la tierra de su kavod".
Biglino se refiere también a Adán y Eva y el jardín del Edén. Para él, Adán y Eva habrían sido creados por modificación genética y luego clonados repetidamente. Dice también que la Biblia habla de El-Adam, lo que hace pensar en un colectivo más que en una sola persona. Eva sería una clonación de Adán con el sexo cambiado, y por eso en los manuscritos hebreos se le llama "ishá", que sería el sustantivo "ish" (hombre) con la adición artificial del morfema de género, algo así como llamar a Eva "hombra" en lugar de "mujer". A favor de esta teoría de Biglino estarían las recientes investigaciones genéticas, que indican que toda la humanidad deriva solamente de 2.000 individuos de hace unos 70.000 años.
Se refiere también Biglino a Caín y Abel. La tesis de Biglino es que Abel sería hijo de una infidelidad de Eva con otro ser de ADN impuro, y por eso a Caín se le ordenó matarlo.
El otro neoexégeta que he consultado es J.J. Benítez, que ha publicado recientemente un libro titulado Las guerras de Yavé, en el que defiende la tesis de un intervención directa ET y repasa todas las situaciones en las que Yahvé demuestra una mayor crueldad. Esto lleva a Benítez a concluir que Yahvé no es el Dios verdadero, porque el verdadero creador sería un supuesto "padre azul".
Benítez lo que opina es que los Elohim fueron una civilización extraterrestre que guio a un pueblo más bien heterogéneo llamado los schasu en su huida de Egipto y la invasión de Canaán, la actual Israel, la Tierra Prometida. Benítez repasa cada supuesto milagro y el uso de tecnologías avanzadas, incluso en las batallas, para asegurarse la victoria de estos schasu. Incluso el maná sería una producción sintética que lanzarían desde un OVNI. Toda esa intervención estaría fríamente planeada y acabaría culminando con la llegada de Cristo.
Son muy interesantes las líneas argumentativas que abren Biglino y Benítez y, obviamente, aquí lo que procede es que yo lea la Biblia y establezca mi conclusión mediante un análisis versículo por versículo. Esto lo haré a partir del cuarto artículo de esta serie, pero antes voy a escribir otros dos artículos con las canalizaciones de Rob Gauthier con entidades Elohim, avioides y reptilianas en las que se trata muy directamente este tema. En poco más de una semana podréis saber a qué me estoy refiriendo.
>>> Siguiente artículo: La Biblia II: Rob Gauthier.
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